CULTURA POP

Edie y su fugaz paso por la famaLa sensual Edith Minturn Sedgwick lo tenía todo. Era carismática, seductora, inteligente y provenía de una familia influyente de la aristocracia norteamericana. Pero como muchas veces eso no alcanza, salió a buscar más. Corrían los años 60 y los Estados Unidos despachaba tropas a Vietnam. Los movimientos pacifistas se extendían por toda la costa de aquel país, pregonando amor, desenfreno y drogas. Edie llegó a New York en aquella época, escapando de un padre maníaco depresivo que abusó de ella durante toda su infancia. Esa apariencia de Marilyn afrancesada le abrió las puertas de la noche y también, las de su propia decadencia.

Pese a ser educada con los principios del conservadurismo más austero, la chica se paseaba en limusina de un club a otro, organizaba fiestas estrafalarias que duraban días enteros, consumiendo drogas y despilfarrando una herencia que sus antepasados habías acumulado por generaciones. Pronto dejó sus estudios para dedicarse a la actuación y el modelaje. Como Edie Sedgwick se ajustaba a los estereotipos de la belleza sesentista, empezó a posar para revistas de quinceañeras como Vogue. Al igual que Jane Shrimpton o Twiggy, era frágil, de huesos finos y rasgos aniñados.

Hasta que en una fiesta, el publicista Lester Persky le presentó a
Andy Warhol. El artista quedó encandilado por sus rasgos, la forma en que sostenía el cigarrillo entre sus dedos y la tristeza de su mirar. Esa misma noche le propuso hacer una película juntos. Así, la hermosa Edie pasaba a formar parte de la influyente Factory. En 1965, el espacio ubicado en el número 231 de la calle 47 se había convertido en el cenit del arte. Allí se daba cita la elite cultural de Manhatan junto con algunos yonquis amanerados. Desde Rudolph Nureyev, Tennessee Williams, Jackson Pollock, Jane Fonda, William Burroughs, Judy Garland, Roy Liechtenstein, Jim Morrison y Lou Reed.

Se los consideraba la
pareja perfecta. A Warhol le fascinaba ese aire de refinamiento desinteresado que sólo poseían los nobles. Mientras ella descubría un mundo de glamour y excesos. En esta simbiosis enfermiza, Edie se cortó el pelo como él y se lo tiñó de plateado. Andy se compró las mismas camisas y así salían a divertirse. Juntos viajaron por el mundo, rodaron dieciséis filmes olvidable y las multitudes se agolpaban en las puertas de las galerías o los teatros sólo para verlos llegar. Pero un buen día el idilio llegó a su fin.

La contracara de aquel universo pop estaba encarnada en Bob Dylan, portavoz del círculo que frecuentaba el
Chelsea Hotel. El odio entre bohemios y vanguardistas era categórico. Acaso para fastidiar a Warhol, el cantautor buscó la amistad de Edie y la afinidad fue inmediata. Como Andy nunca le pagó un centavo por actuar en sus películas, Dylan la convenció para que le solicitara una gratificación. Pero el artista alegaba que sus rodajes eran piezas de arte que no dejaban dinero. A todo esto, las adicciones empezaban a acorralar a Sedgwick, a quien se le hacía cada vez más difícil conseguir un proveedor para sus vicios.

La relación que deslumbró a toda una sociedad se agotaba en un año y medio de intensidad. Cansado de los incesantes reclamos de dinero y los problemas con los estupefacientes, Warhol le dio la espalda a su musa para manipular un nuevo juguete, el grupo
Velvet Underground. Edie corrió a refugiarse en el Chelsea Hotel y allí todos la convencieron de que su carrera artística despegaría definitivamente. Incluso, Dylan compuso Like a Rolling Stone (Highway 61 Revisited - 1965), Just Like a Woman y otros éxitos del álbum Blonde on Blonde (1966) pensando en ella.

Por su apego a los narcóticos las grandes marcas le rescindieron su contrato. Entonces, la chica de 22 años a quien todos deseaban, se dio cuenta que había sido engañada. Nunca sería famosa, porque nadie pretendía grabar un disco con ella o contratar a una drogadicta para un
papel protagónico. Buscando recuperarse volvió a la casa de sus padres, se recluyó en varias clínicas de rehabilitación, fue internada en hospitales por sobredosis. Por aquel entonces su cuerpo estaba hinchado por los estimulantes y sus pensamientos divagaban sin cesar. Cuando recordaba a la Factory lo hacía para responsabilizar a Warhol de sus adicciones. En alguno de aquellos sanatorios, conoció a Michael Post y se casó con él. A los 28 años, Edie parecía alcanzar la estabilidad emocional. Pero a los cuatro meses, su marido la encontró muerta por una sobredosis de barbitúricos.

Cuando Andy Warhol se enteró de la noticia sólo atinó a decir con voz quebradiza “que irá a pasar con todo ese dinero”, a lo que alguien le respondió “nada, porque desde años que está en banca rota” y todos acompañaron la risa forzada del hombre de pelo plateado.

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ORGULLO NACIONAL

El Zorzal, fileteado

Carlos Gardel, fallecido hace 73 años en un accidente aéreo en Medellín, Colombia, fue un cantante y compositor naturalizado argentino, considerado como el tanguero más representativo de la milonga porteña. Hasta estas líneas, todas las versiones parecen coincidir. Pero si uno empieza a indagar en su biografía, encontrará que dos naciones vecinas se arrogan el origen del mito. Los uruguayos afirman que nació en Tacuarembó (390 Km al norte de Montevideo), mientras que galos y argentinos sostienen que es oriundo de la ciudad francesa de Toulouse y que su verdadero nombre es Charles Romuald Gardes. ¿Puede haber dos razones para una sola verdad?

La justicia dirá: “A confesión de partes, relevo de pruebas”. Así que en ambas orillas agitaron el papeleo burocrático como lanzas de campaña. En el testamento que el “Morocho del Abasto” realizó en 1933, dice haber nacido en Toulouse y ser hijo de Berta Gardes, una planchadora que llegó al país a los 25 años. Sin embargo, investigadores uruguayos sostienen que Gardel fue hijo de Carlos Escayola, un terrateniente de ese país, quien en realidad, entregó el niño a Berta, una mesera sentimental, para su crianza.

Más allá de estas disputas que no lograron aportar ningún elemento decoroso, para estas tierras la figura de Gardel está asociada a la palabra tangorioplatenses el tema pasó a ser
cuestión de estado. Así, para demostrar cuánto se lo aprecia, en Uruguay se fijó la fecha de su muerte como el “día del cantor” y se imprimieron sellos postales celebrando su lugar de su nacimiento. En la argentina, donde a Carlos Gardel se lo considera el emblema de la música porteña, no fue hasta 2006 que el gobierno decretó que la tumba del Zorzal, junto con la de su madre, alojados en el cementerio de la Chacarita, sea considerado un sepulcro histórico.

Tres verdades tres. Primer dato axiomático: Gardel no nació en la Argentina. Segundo: que la tal Berta desempeñó el papel de madre. Tercer dato consensuado: que Gardel era un ídolo indiscutido. ¿Se necesita algo más?
El resto, es un mito que escapa a cualquier exactitud. Y antes de pelear por algo que no tiene reparación, recordar aquel fraseo del “El Jilguero de Balvanera” cuando trina: Por una cabeza de un noble potrillo/que justo en la raya afloja al llegar/y que al regresar parece decir: No olvides, hermano, vos sabés que no hay que jugar...

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EL EXPERIMENTO

Si bien los teléfonos celulares y los hornos microondas operan en la misma radiofrecuencia y emiten radiaciones electromagnéticas, la diferencia entre estos “equipos primos” radica en la amplitud de la onda. Mientras las terminales trabajan con una potencia de entre 15W y 50W (Watt por kilogramo de masa), un microondas opera entre los 950W y los 1250W. Lo cierto es que se han escrito infinidad de artículos sobre las nefastas consecuencias que estos aparatos ocasionan a la salud de las personas. Pero que ocurriría si alguien intentara someter un móvil a las ondas electromagnéticas del horno, por un período inferior a los 20 segundos. La respuesta del interrogante a continuación.



[No recomendable para practicar en una casa]
Aclaración Legal, Ley 19.1212 -Orden JUS/5548/2006

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