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Last Night (2008), Moby A la carabina del encandilado Moby no le quedaban cartuchos en la recámara, por más que el hombre ballena gatillaba el percutor, no había caso, la pólvora no se quemaba y por consiguiente, sus hits no explotaban en el aire. Acaso fastiado por que la luz del sol le impedía dosificar la temperatura a la que hierve la pista de baile, decidió exorcizar males con Last Night (2008), un disco que, según sus palabras, “es una carta de amor a la música bailable de la ciudad en New York”.


Hasta acá la anécdota. Pero vayamos al final de la cuenta para ver cuánto da. Si uno escucha el disco sin ninguno de estos condicionantes, le resulta sostenible a primera instancia y como suele suceder cuando se pone empeño en algo, va mejorando con cada pasada. Hay que agregar que salvo dos o tres arreglos puntuales, el disco reúne las mismas trucos de siempre, es decir, los pianitos astronómicos (Live for Tomorrow), los coros de las chicas gospel (Everyday It's 1989), los temas instrumentales (Degenerates y Mothers of the Night) y el fallido intento por sonar a tecno dance (Disco Lies) del que sólo clasifica como electrónico.
La sorpresa se insinúa primero en I Love to Move in Here y se termina de confirmar con Alice, su caballito de batalla, cuando por primera vez introduce la figura de un MC que sale a rappear unas estrofas. Pero claro, no se trata de un gangsta rap con dientes de oro, sino de un negro con sombrerito Armani y camisa Dolce and Gabbana. Alguien dirá ‘cualquier recurso es digno para mantener la nave a flote’ y es cierto.

Entonces, más que un cambio de rumbo (¿Quién habló de algo así?) lo que hizo fue modificar la estructura de las piezas. Y realmente, las movió con tanto criterio, que el antepasado de Herman Melvilla hizo olvidar el papel de Hotel (2005), la desfachatez de 18 (2002) y la sombra de Play (1999) que seguramente, no lo dejaba confeccionar música con claridad. De acá en adelante el camino está limpio. Porque siempre, se puede volver a ser el que fue.

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