Hay una mitad que lo considera un clásico contemporáneo, un talento sólo comparable a la pluma de Salinger. El otro cincuenta por ciento, apenas lo registra. Hablamos del escritor japonés Haruki Murakami. Es el autor de éxitos como After Dark (2004), Kafka en la orilla (2002), Underground (1997), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994) y Tokio Blues (1987). Uno de sus textos fue el gérmen de inspiración para el filme Lost in translation (2003) de Sofía Coppola. Muchas de sus novelas llevan el título de una canción de The Beatles. Aunque la crítica literaria lo malcría, no deja de considerarlo un escritor pop de vuelo recortado. En su país, lo ven como un personaje demasiado occidentalizado. Pase y lean, señores…
Mientras su padre era un monje budista, su madre era hija de un mercader de Osaka. Ambos eran profesores de literatura clásica nipona. De ellos heredó el amor por la palabra escrita y esa curiosa fascinación por la modulación del jazz. Esa misma métrica desinhibida e involuntaria, es la que intenta imponer a sus textos. “El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo”, sostuvo Murakami en un reportaje reciente.
La música viaja también entre las hojas escritas. En varios de sus pasajes suenan Nat King Cole, los Beach Boys, Rossini, Beethoven, la Flauta Mágica de Mozart o Vivaldi. Como el personaje de Rob Gordon en la novela High Fidelity, de Nick Hornby, Haruki trabajó en una tienda de discos durante sus años universitarios y más tarde, manejó un club de jazz en Tokio. Otra de sus grandes pasiones son los felinos. Cuando un gato aparece por alguno de sus textos, es el mejor indicio que algo raro está por ocurrir.
La inspiración literaria le llegó tarde. “Cuando cumplí 29, de pronto y de la nada, tuve esta sensación de que quería escribir una novela; de que podía hacerlo. No podría escribir nada que estuviera a la altura de lo de Dostoievsky o Balzac, por supuesto, pero me dije a mí mismo que eso no importaba. No tenía que convertirme en un gigante literario. Aun así, no tenía idea de cómo escribir una novela ni sobre qué escribir” apuntó en otra entrevista.
Murakami es ante todo un romántico de ley. El tema central de su prosa es la búsqueda del amor, revestido por una gruesa capa de surrealismo y confusión. Pese a ello, no es un hombre enamorado. Sobre su condición conyugal, dispara “Al contrario que a mi mujer, a mi no me gusta la compañía. Llevo casado 37 años y a menudo es una batalla. Estoy acostumbrado a estar sólo. Y me gusta estar sólo”. Tómelo o déjelo. ¿Qué más se puede hacer?
Mientras su padre era un monje budista, su madre era hija de un mercader de Osaka. Ambos eran profesores de literatura clásica nipona. De ellos heredó el amor por la palabra escrita y esa curiosa fascinación por la modulación del jazz. Esa misma métrica desinhibida e involuntaria, es la que intenta imponer a sus textos. “El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo”, sostuvo Murakami en un reportaje reciente.
La música viaja también entre las hojas escritas. En varios de sus pasajes suenan Nat King Cole, los Beach Boys, Rossini, Beethoven, la Flauta Mágica de Mozart o Vivaldi. Como el personaje de Rob Gordon en la novela High Fidelity, de Nick Hornby, Haruki trabajó en una tienda de discos durante sus años universitarios y más tarde, manejó un club de jazz en Tokio. Otra de sus grandes pasiones son los felinos. Cuando un gato aparece por alguno de sus textos, es el mejor indicio que algo raro está por ocurrir.
La inspiración literaria le llegó tarde. “Cuando cumplí 29, de pronto y de la nada, tuve esta sensación de que quería escribir una novela; de que podía hacerlo. No podría escribir nada que estuviera a la altura de lo de Dostoievsky o Balzac, por supuesto, pero me dije a mí mismo que eso no importaba. No tenía que convertirme en un gigante literario. Aun así, no tenía idea de cómo escribir una novela ni sobre qué escribir” apuntó en otra entrevista.
Murakami es ante todo un romántico de ley. El tema central de su prosa es la búsqueda del amor, revestido por una gruesa capa de surrealismo y confusión. Pese a ello, no es un hombre enamorado. Sobre su condición conyugal, dispara “Al contrario que a mi mujer, a mi no me gusta la compañía. Llevo casado 37 años y a menudo es una batalla. Estoy acostumbrado a estar sólo. Y me gusta estar sólo”. Tómelo o déjelo. ¿Qué más se puede hacer?
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